Rivista DMA
Un paso más
Un paso más
Un ir algo más allá, un paso más: así se puede describir la esperanza. La que se funda en una certeza: Jesús, el Señor, ha resucitado. Se trata de una gran esperanza.
Esta es la óptica con la que – en el presente número de la Revista – se propone la reflexión sobre la llamada a ser Testimonios de esperanza, testimonios del Resucitado. No una esperanza que se apoya en la emoción
o en la espera de algo, de alguien. Porque caminamos detrás de Jesucristo, y creemos en la Buena Noticia que nos ha comunicado, somos mujeres de esperanza. Lo somos en los momentos alegres, cuando entrevemos hendiduras de luz y el camino es llano. Lo somos cuando nos parece que todo se derrumba
en nosotros o alrededor nuestro.
“La esperanza no es la convicción de que las cosas tendrán un final alegre; es la certeza de que las cosas tienen un sentido”, afirmaba Vaclav Havel. Y el sentido lo encontramos en lo que trasciende lo inmediato, en un futuro que se nos ha prometido y en el que creemos. La esperanza puede habitar así las lógicas de lo cotidiano, no sólo como refugio para nuestras ansias, sino como implicación personal en la construcción de la trama de los días y de los acontecimientos. Porque la esperanza es también compromiso, responsabilidad, tenacidad, promoción de la justicia. Esperanza es levantarse por la mañana y creer que, no obstante la fatiga de “poner juntos muchos trozos de la vida”, aún no estamos “fragmentados”; hay un sentido en todo lo que acontece.
Esperanza, fe, confianza: valores inseparables, que permiten creer en lo imposible. Ésta es la actitud bíblica experimentada por quien ha hecho opciones contracorriente respecto a estilos de vida corrientes. Así María, el testimonio eficaz que camina con nosotros, la Ayuda que nos acompaña hacia senderos de futuro. Así Don Bosco, María Dominica Mazzarello, muchas Hermanas y jóvenes convertidos en “certificaciones” de
esperanza.
Hoy advertimos una difundida crisis de esperanza, en los jóvenes y en los menos jóvenes. Pero también encontramos, en nuestras comunidades educativas, personas creíbles, que saben “salpicar chispas de sabiduría dulce y apacible, de fe transparente que reconoce a Dios como valor sumo de la vida”. Personas de todas las edades, a menudo Hermanas ancianas, que actualizan la intuición de Juan de la Cruz: “Yo conozco bien la fuente que mana y corre, aunque es de noche”.
Viven junto a nosotras; saben irradiar esperanza en torno a ellas y en los jóvenes, que se acercan como tierra prometida, horizonte abierto, “amplio campo” a cultivar para una vida plena. En la fe, en la oración, en el don cotidiano de sí mismo.
gteruggi@cgfma.org